La buena administración tiene olor a orden y a limpieza
Con mi abuela y mi madre aprendí mi natural inclinación a la limpieza y al orden. A mis seis hermanas les ha pasado lo mismo que a mí. Ellas pueden ser consideradas como unas de las mujeres más limpias de este mundo.
POR; RAFAEL NINO FÉLIZ
La vida es un camino lleno de aprendizaje y los seres humanos transitan su trayecto de existencia acumulando experiencias y asumiendo conductas. Uno no sabe, a veces, el porqué de las cosas ni qué resto de naufragio se te alojó en el alma como una mariposa y que te marca para siempre el comportamiento humano que lleva de por vida, y que asumes como estilo de vida y que no te abandona ni con la propia muerte.
Yo, por mi parte, llevo el olor a limpio de las sábanas recién lavadas de mi abuela, aunque aún le temo al mosquitero que me cercaba como a un pobre preso en una jaula abandonada.
No tengo duda alguna de que con mi abuela y mi madre aprendí mi natural inclinación a la limpieza y al orden. A mis seis hermanas les ha pasado lo mismo que a mí. Ellas pueden ser consideradas como unas de las mujeres más limpias de este mundo. Y es que todo se aprende en la escuela que llamamos hogar. Y de ñapa, mi esposa también se graduó con honores en orden y limpieza.
Vamos al asunto; la buena administración no es la nota más alta lograda en una disciplina en una academia o instituto, sino la eficacia, eficiencia, entrega, amor y sacrificio con que se gestiona una empresa; y hasta tu propia vida como sujeto social.
Hace unos días estuve de visita en uno de los principales centros de salud del país. A los pocos minutos de estar allí, todos observamos que se produjo una fuga de agua desde el techo del largo pasillo de la sala de espera. Lo que ocurrió fue impresionante: un grupo de mujeres, aunque también hubo algunos hombres, llegaron como abejas a cubrir su panal y, para ello, traían en sus manos sus herramientas de labranza.
De repente, todo se produjo cuando un agente de seguridad llamó al área correspondiente, informándole lo ocurrido y en tiempo récord: las personas de diferentes áreas administrativas, que no pertenecían, necesariamente, a mayordomía; las habían llevado a actuar para resolver el problema presentado.
Inmediatamente, pasó aquel evento, con el cuidado e inteligencia, empecé a preguntarles a algunas de las mujeres, ya estando en sus áreas de responsabilidad laboral, ejecutando su agenda normal de trabajo. Les pregunté las razones que las habían llevado a actuar para resolver el presentado. Me dijeron que habían sido entrenadas para actuar y socorrer a sus compañeras en caso de emergencia.
Una de ellas me expresó, al despedirme y decir adiós: “La institución es una sola y nosotros somos sus soldados, a cualquier hora, lugar y circunstancia”.
Apenas hace unas horas que visité, junto a mi esposa, a un joven gerente académico de una institución educativa, a quien me unen lazos de amistad. Llegamos, como siempre, muy puntuales; desde la llegada a dicha empresa, sentimos el olor a orden y limpieza, donde todas las acciones humanas estaban articuladas, como una máquina perfecta, hasta llevarnos al despacho de aquel amigo y joven ciudadano.