Se acerca el cerco: el gran tapón final contra el ciudadano
Por: Rafael Nino Féliz
Un transporte colectivo altamente organizado y eficiente, diseñado y dirigido por el Estado, como pasa en todo el mundo civilizado. Las calles no crecen.
Si mal no recuerdo, mi artículo anterior con respecto a esta amenaza a la ciudadanía, llamada tránsito o tapones, se titulaba "El tránsito y los tapones: el otro infierno". En el mismo describíamos la situación de los problemas del tránsito terrestre en el país -especialmente en las ciudades- y sus grandes consecuencias en el futuro inmediato. Ahora, siento ese infierno más cerca, con cara de aparente necesidad. Todos necesitamos transporte; mas, no infierno.
Cuando era un adolescente, hace ya varias décadas, a mi padre le tocó trabajar con un señor que tenía un PhD en carretera. Me resultó extraño que existiera una especialidad en esos asuntos. Eran los tiempos de liceo. Baltazar Reyes era su nombre. Unos años después, nos convertimos en amigos. Luego, siendo yo ya profesional, conocí a un ingeniero, que era -además- de mi región, y era todo un especialista en tránsito. Ahora tengo un primo que es experto en carreteras. Es el ingeniero José Espinosa Féliz.
Este país tiene expertos en todo para resolver el problema del tránsito, pero las autoridades anteriores duraron veinte años y no enfrentaron el problema con el coraje, compromiso y patriotismo necesarios. Ahora recuerdo a Hamlet Hermann, quien era realmente un experto en asuntos de tránsito, que presentó valiosas propuestas para resolver la situación del tránsito.
Hamlet realizó grandes estudios, incluyendo los que, por contrato, hizo para grandes empresas internacionales; pero los gobiernos no les hicieron caso a sus recomendaciones. Ahora nos traga, y nos tragará en unos cuantos años, menos de cinco -lo infiero por simple intuición o inspección algebraica- el problema de los tapones. Miren bien, pues, ¡que sí existen los tapones!
El problema de los tapones o del tránsito empezó (en sus inicios) circunscribiéndose a Arroyo Hondo; pero ahora lo tenemos en todas las ciudades del país y en las grandes vías de acceso o desahogo. Los tapones son una especie de cordón de la muerte, una emboscada, en la que uno no tiene salida y sólo tiene un único camino: entregarse. Es como la guerra en la selva: si todo es silencio y ni las aves cantan, el enemigo está muy cerca, y te está mirando.
Si usted quiere saber hacia dónde vamos, sólo tiene que pensar que, en ocasiones de Herrera al centro de la ciudad, duramos dos o tres horas; esto ocurre también cuando usted viene de Ciudad Oriental al Distrito Nacional. Muchas veces, del Parque Independencia a la UASD, nos toma una hora. Si estos son indicadores reales, aunque ocasionales, y usted proyecta a cinco años, entonces despejará la ecuación.
Cada día hay más carros en las calles y los barrios residenciales y populares están convirtiendo las casas y solares en dealers. La importación de vehículos nos ayuda a las familias a resolver el caso del transporte individual y familiar, pero a un costo social alto para el futuro cercano, que ya está en marcha.
El problema del tránsito y de los tapones no se resuelve con más carros en las calles, sino con un transporte colectivo altamente organizado y eficiente, diseñado y dirigido por el Estado, como pasa en todo el mundo civilizado. Las calles no crecen, pero a diario entra un gran volumen de vehículos a las mismas… El Estado dominicano tiene la palabra. ¡No hay de otra.