Estampas de mi pueblo: Rafael Martínez, un ciudadano ejemplar
Corría el mes de noviembre del año 1994, cuando en una de mis visitas a Río San Juan, mi hermano Miguel Ángel (Tato) me informó que había fallecido en Santo Domingo el señor Rafael Martínez.
Me sentí apenado y al regresar ese domingo a mi hogar a Santiago me dediqué a redactar una carta a la Sala Capitular del Ayuntamiento de Río San Juan, donde le pedía como homenaje póstumo que se bautizara una calle del pueblo con el nombre de Rafael Martínez.
Transcribo aquí una copia de esa carta y la respuesta dada a la misma por el Concejo de regidores de esa época y firmada por el sindico municipal de entonces, el siempre bien recordado Francisco Duarte.
Muchas de las generaciones se preguntarán, por qué mi interés en que su nombre se perpetúe con una calle del pueblo, que él tanto quiso, porque los que nacimos y crecimos en su época, queremos recordar a este buen hombre con el afecto y el cariño que se merece.
Quién era este señor que a mi me ha dado por llamar “ El barbero del pueblo”. Es aquel en el que bajo el repiquetear de sus tijeras y sentados sobre su viejo sillón de barbero, pasamos las cabezas los que se fueron y los que quedamos con más de 50 años de edad.
Rafael Martínez Andújar nació el 24 de septiembre de 1898, en el poblado de Tamboril, Santiago, y desde muy joven se mudó a la sección de Los Valles, Cabrera, donde contrajo matrimonio con la joven Juana María Rosario, natural del lugar.
En el año 1927 se radicó en Río San Juan, cuando el poblado estaba cerca de la desembocadura del río San Juan y tenía como nombre La Boca.
Con el despegue económico a principio de la década de 1930, específicamente entre 1931 y 1934, la población de Río San Juan aumentó considerablemente y el poblado fue mudándose paulatinamente hacia el Este, hasta llegar a las inmediaciones de la Laguna Gri-Grí.
En esa calle, que en otra época se llamó “Generalísimo Trujillo” hoy calle Sánchez, fabricó Rafael su casa familiar, en la esquina formada por la calle Sánchez y la callejuela que terminaba en el antiguo matadero y casi al frente de la planta eléctrica municipal.
Aquella casa tenía en su extremo derecho una pequeña casa, también en madera, donde Rafael tenía su barbería, y donde ganaba el pan para dar de comer a una familia de once miembros y su esposa María.
En este lugar, que más que una barbería era una tertulia, concurrieron todas las clases sociales , desde el más acaudalado comerciante hasta el más humilde de los campesinos, donde recibían el mismo y la misma cordialidad de Rafael.
Quien estas líneas escribe fue muchas veces en procura de sus servicios, enviado por mis padres con o sin dinero. Rafael, hombre de buen humor y picardía, un día me dijo: “Dile a Perozo que no te deje poner tan pelú, para mandarte a pelar fiao”.
En otra ocasión, ya anocheciendo, me comenzó a pelar y con un lado de cabeza pelado me dijo “esperemos a que prendan la planta para terminar, pero la planta no prendió esa noche y me mandó a mi casa con lado pelado y el otro sin pelar. Esa noche hasta al cine fui, y no fui motivo de burla, pues ya le había pasado a otros clientes.
En ese humilde hogar, pero lleno de calor humano, vinieron al mundo los 11 hijos de María y Rafael, que en orden cronológico fueron: 1.- Sergio †, 2.- Mónica (Lalita) †, 3.- Alejandrina (Nandín) †, 4.- Paula Estervina (Vina) †, 5.- Ramiro (Ramírez) † 6.- Élida †, 7.- Ramón Antonio (Toñesito) †, 8.- Ysolina †, 9.- Ana Joaquina, 10.- Rafael Emilio (El Melizo), 11.- Luz María (La melliza). (Nota: los marcados con una cruz están fallecidos).
Además de sus cualidades de buen vecino era solidario en los momentos en que enfermaba un vecino o sus hijos. Era de las pocas personas autorizadas por sus vecinos para corregir y hasta castigar a quienes no éramos sus hijos.
Cualquier muchacho que llegaba a su casa y decía “Rafael me sacó de la Laguna a correazos”, los padres, en vez de molestarse, respondían, “Rafael puede”. De ambas cosas fue testigo, pues no fueron poca las veces que lo vi ayudando a mis padres cuando una de mis hermanas convulsionaba, por causa de una epilepsia que curó al llegar a la edad adulta.
Pero donde radica el mérito de este matrimonio, es el haber dado al pueblo de Río San Juan once hijos ejemplares, hombres y mujeres honestos y trabajadores a quienes nunca vimos envueltos en actos reñidos con la ley.
Todo lo contrario, todas salieron de su casa por el matrimonio, y los varones al trabajo o al estudio; y para muestra basta mencionar al mayor de todos, el licenciado Sergio Martínez Rosario, que de humilde maestro de campo fue superando etapas hasta convertirse en el primer profesional universitario de Río San Juan, para orgullo de su familia y su pueblo. Y al mismo tiempo servir de estímulo a la nueva generación de estudiantes que seguimos sus pasos.
Tenía Rafael una pequeña parcela en La Novilla, en la parte baja de la loma El Turco, donde sembraba frutos menores para la familia.
Lo recuerdo en su yegua melada, quizás la yegua más veloz del pueblo cuando se hacían aquellas carreras a marea seca en la Playa abajo, hoy llamada de Los barcos.
También era propiedad de Rafael aquel burro de nombre Soroco y apodado por el mismo Rafael como “Come Caliche”.
Permanecieron los Martínez Rosario en Río San Juan hasta que los hijos mayores se abrieron camino en la Capital y entusiasmaron a sus padres y hermanos menores a seguir sus pasos.
Aquel 1ro. de abril de 1964 se marcharon a Santo Domingo. Salieron de madrugada, quizás para evitar el triste momento de la despedida, pero al salir el sol se corrió la noticia de que los Martínez se marcharon y todos sentimos el vacío de aquella familia que tanto queríamos.
Pero Rafael y algunos de sus hijos mantuvieron presencia en el pueblo con sus visitas que una vez por año realizaban al querido terruño.
Me cuenta mi hermano Tato que en esas visitas Rafael retomaba su costumbre de levantarse temprano y visitar, y tomar café en todas las cocinas de sus amigos como antes lo hacía.
En mis años de estudiantes en Santo Domingo, acompañado de mi primo Diógenes Checo Alonzo, acudíamos el último sábado de cada mes a recortarnos el pelo en su barbería anexa a su casa en el barrio Los Minas, y allí nos poníamos al día de lo que pasaba en Río San Juan, pues Rafael se marchó del pueblo pero estaba al tanto de lo que en él sucedía.
María falleció el 15 de mayo de 1990 y Rafael le siguió 4 años más tarde, un 31 de octubre de 1994, ambos rodeados del cariño de sus hijos y nietos.
Hace unos tres años, durante la sindicatura del amigo y pariente Alberto Alonzo Escaño, se designó y rotuló una calle con el nombre de Rafael Martínez, pero él ya no estaba y muchos de sus hijos ya habían muerto, pero queda pendiente su inauguración para cuando pasen estos tiempos de pandemia, y las nuevas autoridades municipales convoquen a sus hijos que aún viven, acompañados de sus nietos, para allí todos juntos hacer ese homenaje a un hombre de bien como lo fue Rafael Martínez.